Muy buenas a todos. Hoy me he tomado un cafelito para adentrarme en un tema que preocupa a muchos: el futuro de nuestras pensiones. Es el momento perfecto para charlar con naturalidad y sin rodeos, porque cuando se trata de nuestro futuro, es vital entender en qué estamos metidos.
La primera clave es conocer el origen del sistema de pensiones en España –y en muchos otros países–, que se basa en un modelo de reparto. Esto significa que las personas que trabajan actualmente cotizan para financiar, de forma directa y diaria, las pensiones de quienes ya se han jubilado. No se trata de acumular un fondo personal fruto de tus aportaciones, sino de un pacto social de solidaridad entre generaciones. Muchos solemos pensar que, tras años de trabajo, es justo cobrar lo que hemos dado, pero en realidad, lo que recibimos proviene en gran medida de las contribuciones de otros y de los ingresos fiscales, sin que exista un capital consolidado.
Esta estructura funcionaba bien en épocas en las que había una amplia base de jóvenes activos y una población de pensionistas muy reducida. Sin embargo, hoy en día la situación demográfica ha cambiado: con el envejecimiento de la población y una disminución en el número de cotizantes, la sostenibilidad del sistema de reparto se ve seriamente comprometida. Es el legado de un modelo ideado en gran parte por Von Bismarck, que, además de ofrecer una red de seguridad, también se utilizaba como instrumento de control social, asegurándose de que la gran mayoría de la gente permaneciera trabajadora durante toda su vida.
Ante este panorama, surge la alternativa del sistema de capitalización. En este modelo, tus aportaciones se destinan a un fondo de inversión durante los años que cotizas, generando rendimientos que, a término, conformarán tu pensión. Así, en lugar de depender de la contribución de los trabajadores actuales, recibes el fruto de tus propias inversiones, lo que ofrece una perspectiva de mayor sostenibilidad a largo plazo. Aunque, en teoría, se trata de una opción más sólida, su implantación ha sido complicada por factores políticos y por la resistencia de una base electoral que se beneficia del sistema actual.
No es casual que se plantee, en ocasiones, que nadie podrá jubilarse o que, en el futuro, las pensiones se verán recortadas. Con el sistema actual, para poder “cumplir” esa promesa se recurre cada vez más a recargar impuestos, lo que, a la larga, resulta insostenible. Ante una posible transición que podría implicar años de ajuste, debemos ser conscientes de que la responsabilidad final recae sobre cada uno de nosotros. El Estado puede y cumple ciertas funciones, pero no siempre será el salvavidas en lo que respecta a la planificación de nuestra jubilación.
Por ello, es crucial formarse, informarse y prepararse. Yo mismo he encontrado en las mentorías y consultorías —adaptadas a la realidad y particularidad de cada persona— la manera de ayudar a muchos a construir una estrategia financiera sólida y personalizada para su retiro. Cada uno es único, y por ello no existen recetas universales; lo ideal es diseñar un plan que se ajuste a las necesidades y circunstancias individuales.
En próximas entradas profundizaré sobre cómo invertir para asegurar una jubilación digna: hablaré de estrategias de ahorro, de inversión y de cómo gestionar esos fondos para que, cuando llegue el momento, podamos despedirnos de la incertidumbre. Este será un espacio en el que compartir ideas, experiencias y, sobre todo, fomentar la toma de decisiones informadas para un futuro más estable.
Recordad: no dependamos únicamente del sistema público. El futuro de nuestras pensiones requiere de compromiso, educación financiera y, sobre todo, acción personal. ¡Sigamos conversando y construyendo un camino sólido hacia una jubilación sin sobresaltos!
Un saludo afectuoso y hasta la próxima entrada.